Chorrea por mi vientre la sangre de la herida. Ha sido clavada la lanza de la desidia. De mí costado brota vuestro odio, vuestra fobia; pues es natural, de quien en su propio ser se siente un Dios, la cobardía. He venido a sentir y lo he hecho a fondo, el filo me ha atravesado hasta encontrar mi propia muerte. Ha muerto mi fe en ustedes. El dolor que me atraviesa viene de vuestra impotencia. Cumplí con mi parte, aquí estoy crucificado. He tratado de olvidar para vuestra redención que como cuervos habéis caído sobre mi costado; he tratado de perdonaros el haberme cegado con infamia y vil traición, me he abandonado a soledades para olvidar el odio que mi seno alberga por vuestras falsas indulgencias. Sois falsos, hijos de Medusa, piedras sin alma, muecas altivas que chirrean por el sonar de las monedas. Soy para vosotros el oro, no el sol. Ilumino vuestra codicia no vuestra carne; aquella que pudre bajo la égida del becerro alzado en someras y estúpidas pasiones.

Cobarde rebaño de impotencia, sois lobos sin dentadura, aprendisteis a libar mi sangre a causa del hambre que os embarga, sanguijuelas peludas; vuestra es la génesis del vampiro, de la babosa, del gusano. No tuvisteis la gallardía de luchar por vuestro amigo, os escondisteis bajo las piedras sobre las que decíais edificar. Que uno de vosotros haya puesto la primera roca, ¡mierda!. Una iglesia no es lo que deseábamos, esos son cuchitriles, refugios para rastreros y cobardes seres sin mordedura. Succionasteis mi fuerza en larvados templos, os alimentaiste de mi famélico cuerpo; el perdón que imploraisteis es una máscara viscosa carcomida por la perfidia que atañe vuestra naturaleza caníbal.

Me colgáis, una y otra vez, de los frágiles muros de vuestra conciencia. Hacéis de mi nombre el adorno de vuestra culpa.