Una capa de hielo veteada con palabras. Éstas, cubiertas de ceniza, reflejan las nubes de un cielo estático e inquieto. Los pocos rayos de luz se propagan de manera neutral. Un fondo de angustia estática oculta el más frágil de los espíritus vítreos.

Silis juega e interpreta esta burbuja de tiempo como confesiones y recuerdos. Una quema de lágrimas e imágenes, un corazón tenue que soporta esta penitencia lenta. Su voz desnuda y reverberada, agotada, pero con una fuerte dignidad, nos lleva a la danza macabra y marcial en una zanja espeluznante de máquinas. Después, permanecemos mecánicamente, fotograma a fotograma, en las letanías de sueños reprimidos y breves destellos de inquietud entre tierras nocturnas y montañas glabras. Los ritmos esqueléticos y repetitivos ahora marcan las pocas paredes restantes.

Si su primer capítulo fue el de un amante de la onda clásica, del rock, en su pasado proyecto La Chance; ahora Silis se lanza a la onda sintética más apática de estructuras simples.

Una introversión, una metabolización estética que ha llevado a su synth wave a adaptarse a una piel que sigue los mínimos matices monocromáticos de las palabras. Un amante de la piel del pasado, de aquella belleza desaparecida entre películas mudas y antiguas salas sucias con humos industriales.

Nosotros, espectadores y auditores, seguimos los trágicos eventos de esta piel y su voz sibilina, en un movimiento herido, entre las pesadillas de una metrópolis inhumana.

The Burros Discos 2018.